Mi nombre es Paula y he conocido este portal por intermedio de Luciana, una amiga de mi madre.
El mes pasado, estábamos invitadas a comer a su casa, en Miami. Disfrutando de una deliciosa comida italiana de la mano de Antonio, en la mesa se habló de muchos temas. Uno de ellos fue la prostitución; un tema “controvertido” en todo el mundo, creo... Escuché y luego, a pedido de Luciana, dí mi opinión. A pesar de ser muy distantes nuestros puntos de vista sobre el tema, fue a raíz de ello que me pidió que escribiera aquí.
Mi madre dice que se me va la vida en esto de tener una mirada de mujer. No creo que sea “estrictamente” así; pero ha ocurrido un cambio de mirada en mi vida que se remonta a una experiencia que tuve hace varios años trabajando como mediadora en un Centro de educación secundaria de la Comunidad de Madrid; junto con una gran mujer, mi amiga Charo.
Esa fue una puerta de entrada a un camino que estoy recorriendo y en el que me siento muy a gusto. Podría decir que soy feminista, que me gusta (aunque incomode a varios....) o quizás que tengo mirada de mujer, una mirada- que intento sea- atenta, abierta y libre. O que, como dice mi amiga Rosa Millán, el pensamiento de la diferencia sexual es un “feminismo amable conmigo misma”.
Este feminismo lo encontré en la Fundación Entredós de Madrid y lo conocí en profundidad en el Máster de Estudios de la diferencia sexual, en la Universidad de Barcelona.
Durante esos dos años- intensísimos de lectura, intercambios y pensamiento- he conocido una parte de la historia que siempre había necesitado: la presencia de una historia de las mujeres y el motivo de su intermitencia en la historia. Movimientos políticos, filosóficos, religiosos que hablan una lengua que me es conocida; no sé de dónde pero sí porque! Me hablan a mi ser mujer y en ello encuentro “correspondencia” o sororidad (como dicen algunas; y me encanta)
Mi idea es escribir sobre temas que me tocan, me cuestionan y me hacen pensar y poder así hacer público y, de este modo, hacer político un modo de estar en el mundo que me hace más feliz. Porque -como dicen algunas mujeres que conozco- “el mundo cambia se cambio mi relación con el mundo”. Aunque no siempre es fácil ni sencillo es una forma...
Esta vez me gustaría compartir parte de mi primer trabajo de investigación del Máster.
En ese trabajo quise volver a pensar- y profundizar- en lo que llamé “mi origen en el pensamiento de la diferencia sexual” y lo hice interrogando y dialogando con algunas autoras que reconocía en el origen de lo que ahora se denomina así.
Comencé con Adrienne Rich con “Sobre mentiras, secretos y silencios”. Me sorprendieron la vigencia de muchos de sus pensamientos.
Con “Escupamos sobre Hegel”, de Carla Lonzi disfruté y me sorprendí como hacía tiempo no lo hacía....!
Y, además, buceé en “Ética de la diferencia sexual” de Luce Irigaray.
Esta mujer, como dice Fina Birulés -en el prólogo- es “un referente para pensar la libertad femenina”.
Luce Irigaray propone en su libro la necesidad de replantear la ética; la asocia a una ética cósmica en donde la libertad de los sexos se sostiene a partir del reconocimiento y el respeto de la diferencia. Creo en esa necesidad. Mi experiencia es haberme repensado y replanteado no sólo mi ser y mi estar en relación con las y los demás; sino también reflexionar y cuestionar la relación entre los sexos. La autora dice que supone una crítica del “status quo” que ha sido mantenido por la subordinación de las mujeres al orden masculino. No me cabe duda de ello. La transformación que ella reconoce – al igual que yo - como necesaria supone partir de la idea de sujeto único, una transformación que afectara todos los ordenes.
Creo que la transformación parte de cada cual. La mía partió de repensarme, pensar la historia, ser más sincera conmigo y con lo que me pasaba y animarme a ver cosas que no me gustaban. Creo que esta transformación llevará su tiempo; pero percibo cierto cambio en algunas chicas y chicos jóvenes.
Luce Irigaray propone interrogar a la historia para saber porqué la diferencia sexual no ha tenido la oportunidad de estar presente.
Para que la diferencia sexual tenga su lugar es necesaria una revolución del pensamiento y de la ética, dice la autora: “(…) ¿Cómo marcar el límite de un lugar, del lugar, si no es mediante la diferencia sexual?”
Me gustó mucho la idea que amor a lo mismo en femenino . Explica la dificultad de establecer esa relación con otras, que viene asociada a ideas heredadas de la psicología. Dice “(…) Para ser deseadas, amadas por el hombre, debemos excluir a la madre, sustituirla, aniquilarla para devenir iguales. Eso destruye la posibilidad de un amor entre madre e hija. Son a la vez cómplices y rivales a la hora de alcanzar la única posición posible en el deseo del hombre”. Esta es una de esas ideas con la que tenía una lucha interna silenciada. Había algo en todo esto que me incomodaba y que no sabía como salvar. Yo era, y soy, consiente de que la relación con mi madre estuvo afectada, en parte, por estas ideas incuestionables que me llevaban por un camino de distancia e incomprensión. Por eso, la autora afirma que “(…) La exigencia ética requeriría revisar teórica y prácticamente esa función histórica concedida a la mujer”.
Mi inauguración en el pensamiento de la diferencia está marcada por mi participación a la Fundación Entredós de Madrid. Y fue en ella donde escuché hablar, por primera vez, de la genealogía femenina. Una idea que me alumbró.
Me alumbro porque, como dice la autora: “(…) Una configuración queda latente, en suspenso: la del amor entre mujeres. Configuración que constituye un subsuelo, unas veces mudo, otras turbulento, de nuestra historia. Subsuelo muy vivo, pero cuyos contornos, formas, están poco definidos, son caóticos, están confundidos”.
Quizás ese agujero de falta de sentido tenía que ver con esta necesidad de pensar una historia completa; mi historia completa. Sin dejar de lado a mi madre, mi abuela y las grandes mujeres que están y estuvieron antes que yo. Esa idea fue reveladora.
Yo siempre fui consiente del gusto y el placer de estar en relación con otras; pero esta idea de la genealogía me hizo ver la potencia que existe y que viene de hace tiempo. Fue como un mapa para poder situarme. Y, al mismo, el situarme fue conocer a las que estuvieron antes que yo. Porque ese vacío también tenía que ver con la ausencia de mujeres que había sufrido, sin saberlo conscientemente, y que me impedía poder situarme como mujer. Era esa sensación de no tener pasado. Y lo vivía cuando, en distintas conversaciones, aparecía el tema de ¿dónde estaban las mujeres en la historia? Porque parecía que nadie las había visto! Y yo no sabía. No sabía dónde estaban, y tampoco era consciente de la necesidad que tenía de saberlas.
Por eso, estoy de acuerdo con la autora. Siento y vivo el descubrimiento de la genealogía femenina como el subsuelo, ese substrato, que sostiene (más allá de los movimientos y contradicciones que sufra) mi ser mujer, mi historia y que me permite estar situada.
Luce Irigaray habla de repensar el horizonte femenino- como una proyección a futuro- que, a mí, me lleva de vuelta al origen. Y cuando me enredo me salva situarme en mi genealogía femenina. Real (mi madre, mi abuela, mis tías, etc.) y simbólica (las mujeres que “han estado y lo han dicho antes que yo”, parafraseando una de las autoras italianas)
Al respecto, Fina Birulés comenta, en el prologo, el pensamiento de Irigaray: “(…) La mujer (…) necesita de genealogías en las dos dimensiones que componen el mundo en aras de un orden ético en femenino. (…) La verticalidad correspondería al vínculo madre-hija y al mismo tiempo la relación de la mujer con un divino sexuado en femenino, mientras que en el plano de la horizontalidad se insertarían las relaciones de sororidad entre mujeres”.